lunes, 21 de septiembre de 2015

Del final infeliz




Últimamente percibo en las obras de teatro y libros para niños una extraña tendencia a la autoayuda: la mayoría hacen obvia su necesidad de dar un mensaje aleccionador a los niños. De las más recientes obras infantiles que he visto, por ejemplo, cuatro pretendían enseñarles a los pequeños espectadores que el miedo es mental y que deben aprender a controlarlo. Curiosamente, a mi hija ninguna de esas obras le ha quitado ningún miedo. Es más, de todas salió confundida, sin haber entendido mucho, y en alguna quedó con más miedo que el que tenía antes de entrar. 
Parece que los autores de estas historias no saben que los niños no tienen pensamiento simbólico hasta los 12 años. Antes de esa edad, interpretan las cosas de manera concreta y literal: si el monstruo que está en el escenario sale de debajo de la cama de la niña, mi hija de siete años no va a entender que se trata de un miedo irracional que aparece de las profundidades de su inconsciente. No, ella entenderá que debajo de su cama puede vivir un monstruo.No hay que temer a los finales tristes ni a los temas espinosos. 
(...) 
Permitamos que los niños pregunten e indaguen sobre esos sentimientos que ya están dentro de ellos. Si los padres seguimos buscando en los libros y el teatro manuales de autoayuda infantil, privaremos a nuestros hijos del verdadero poder de la buena ficción. Formaremos lectores y espectadores teatrales que, cuando crezcan, buscarán lecciones en los libros y en el escenario. O peor aún: que terminarán huyendo de esa moralina. Y entonces el teatro y la literatura habrán muerto
Tomado del artículo "Sin miedo a los finales infelices", publicado en El Comercio, de Perú.  


Comparto este artículo porque aborda cuestiones que nos hemos planteado con frecuencia en la producción del programa "¿No se asustarán los niños con este monstruo?, ¿no les dará tristeza que el protagonista se muera al final? ¿Tenemos que poner una moraleja? ¿Los personajes que hacen cosas malas deben sufrir necesariamente un castigo?". Estas preguntas por lo general se las plantean los chicos y chicas de servicio social que por primera vez se enfrentan con los dilemas de la creación literaria para niños, sumadas a las exigencias propias del medio radiofónico.

Los miembros más antiguos del equipo sabemos que la actitud más sensata, la que nos ha ganado la simpatía del público infantil y la que nos ha hecho ganar premios se basa en una premisa muy simple: no tenemos que fingir nada.

Los adultos queremos hacer creer a los niños que el crecimiento elimina las inseguridades y los miedos. Nada más remoto, los adultos lo único que hacemos es esconderlos asumiendo que "somos maduros" y "podemos manejarlos". Hasta la fecha yo no sé bien como manejar el miedo a las arañas gigantes que de vez en cuando aparecen en el patio de mi casa. Y ya soy bien adulta. De niña, en cambio, le tenía miedo a la oscuridad, no era un miedo a monstruos o a fantasmas: a la oscuridad misma. Uno de mis hijos también
le teme a la oscuridad y platicamos mucho sobre eso: del hecho de que sepamos que es irracional tener miedo a la oscuridad, pero que no por racionalizarlo y porque nos parezca tonto tener miedo, dejamos de temer. En todo caso, entiendo, las historias infantiles no deberían intentar resolver el miedo; deberían limitarse a mostrar a los monstruos, pero no a intentar enfrentarnos a ellos o aleccionarnos sobre ellos.

Total: es nuestro monstruo y ya sabremos qué hacer con él.


¿Qué hace divertida o aburrida una historia? ¿Qué historias les gustan a los niños? Coincidiendo con la autora del artículo, he encontrado que a los niños no les interesa tanto la simbología de un texto. Las buenas historias para niños casi siempre tienen personajes interesantes y una buena dinámica narrativa. Si tienes personajes carismáticos, raros, misteriosos, atractivos por algún motivo; si construyes una historia que mantenga un buen ritmo en el desarrollo de sus acciones y te lleve a un buen clímax, ¡voilá!: tendrás una buena historia para niños.

Yo soy muy entusiasta de los finales infelices y de los finales abiertos y trato de incluirlos en la producción de Chinchilagua siempre que se puede. Sin embargo, he detectado que esos finales confunden a los niños: ellos esperan una resolución feliz y una lección. Ni modo: años de entrenamiento escolar y películas de Disney nos han llevado hasta ahí. Espero que las tramas de "Hora de Aventura" ayuden a las próximas generaciones a aceptar la tragedia y el misterio como algo natural.